jueves, 12 de febrero de 2009

Hoy quiero hablarte de la amistad


Ayer una amiga me sugirió que te hablara sobre la amistad. Difícil cuestión esta de la amistad, le dije. Pero reconozco que su sugerencia no cayó en saco roto e inmediatamente me puse a meditar sobre el asunto.
A pesar de haberse escrito y hablado mucho sobre este tema dudo que dos personas tengan la misma idea de lo que significa.
Para empezar habría que distinguir entre amigos y conocidos. Muchas veces hablamos de amigos cuando en realidad sólo se trata de gente que conocemos y con la que tenemos una cierta afinidad. Serían todas esas personas que vemos cotidianamente, en el trabajo, a través de otros amigos o familiares, que nos caen bien y con las que podemos estar a gusto, sin más. Falta en ellas la complicidad, la intimidad, el amor, la comprensión, la lealtad y la tolerancia que son imprescindibles en toda relación de amistad. Así pues, esto sería la amistad, un sentimiento compartido en el que deben estar presentes todas las cualidades que acabo de nombrar y alguna más…
¿Por qué falla entonces la amistad si es un sentimiento puro adornado de tan maravillosas cualidades? Se supone que cualquier problema entre dos personas sería automáticamente superado si las cualidades a las que me refería antes estuvieran presentes en esta relación.
Y no es así.
Pero no creo que sea porque falten sino porque con éstas se mezclan otros sentimientos que destrozan o menoscaban la amistad.
El afán de posesión sería el primer enemigo de este tipo de relaciones. Es difícil compartir con otros lo que nos es muy preciado. Puede parecer pueril pero me consta que es muy frecuente sentir ese deseo de acaparar al amigo o a la amiga. Los celos serían su expresión y me temo que no están ausentes en este tipo de relación, aunque pueda parecer que son exclusivos del amor. Pero es que en la amistad también existe amor. El amor siempre es difícil de compartir, en la relación entre hermanos y en la de padres e hijos también existe afán de posesión, y en la de pareja no digamos. Por mucho que intentemos luchar contra él, siempre subyace en mayor o menor medida. Somos egoístas y lo querríamos todo para nosotros. Lo importante, a mi juicio, sería no dejarse llevar por este sentimiento, reconocerlo, aceptarlo y controlarlo. Lo malo es cuando pensamos que si lo compartimos podemos perderlo, esa extrapolación es la que creo que destruye la amistad porque exige la exclusividad. Y la exclusividad agosta y seca el terreno en que la amistad se desarrolla. No me gustan las exclusividades en ningún campo.
El orgullo excesivo castiga tanto al amigo como a la propia amistad. El individuo necesita ser atendido y, a veces, los amigos nos desatienden. Seguramente de forma involuntaria pero lo cierto es que muchas veces no están cuando más los necesitas. Tenemos tendencia, entonces, a castigar al que nos ha abandonado, abandonándolo nosotros a su vez, pero ahora voluntariamente. Este tipo de actitudes genera la misma respuesta que, de no aclararse, puede llevar al desafecto y al alejamiento. Muchas veces el orgullo impide la auténtica comunicación y, sin ella, la amistad desaparece. Deberíamos hacer un fuerte ejercicio de humildad y reconocer verbalmente lo mucho que necesitamos al amigo y expresar lo mal que lo hemos pasado con su ausencia. Sin culpas, sin victimismos, sin chantaje y, sobre todo, sin venganzas.
La envidia sería otro gran enemigo de la amistad. Surge de la admiración y no sólo destruye la amistad sino al individuo que la padece. La admiración es un sentimiento positivo y necesario pero si el individuo tiene muy baja su autoestima o, por el contrario, se encuentra infravalorado pronto aparecerá la necesidad de ser como el amigo generando un sentimiento de odio por no poder conseguirlo. Nunca se puede ser como otro. Las diferencias no son ni mejores ni peores, sólo son diferencias. En muchos casos los envidiosos tendrían más motivos para estar satisfechos de su vida y de sus circunstancias que los envidiados. La diferencia estriba en que unos ven la botella media vacía y los otros medio llena. En definitiva, es un problema de personalidad y no de cualidades o de posesiones. Se envidia la felicidad que crees posee el otro. El trabajo estaría en autoanalizarse y ser capaz de ver por qué no se es feliz y qué se debería hacer para lograrlo. Compararse con los otros es inútil, no son como nosotros y, por tanto, no tienen nuestras mismas necesidades; no son felices de la misma manera. Envidiar a los demás nunca soluciona nada y envilece las relaciones: la soledad es la respuesta.
La excesiva entrega a los amigos es otro problema que puede enturbiar unas relaciones sólidas de amistad. Pero, ¿puede ser excesiva la entrega?, yo creo que sí, cuando viene dada por una exagerada necesidad de sentirse querido. En ese caso se genera un comportamiento insano en los amigos. Estos, acostumbrados a la actitud de oferta permanente, se sienten cómodos, atendidos y no valoran lo que se les da. Encuentran natural lo que es sacrificio y dedicación y pasan a considerarlo normal y merecido, sólo porque lo obtienen sin esfuerzo por su parte. En todas las relaciones es necesario hacerse valorar y la amistad no es una excepción. Lo primero es quererse a sí mismos, lo cual no excluye en absoluto la entrega, pero sana. Porque este tipo de actitud tiende fácilmente a culpar a los demás de que no nos responden en la misma medida. Y eso no es aceptable. Si se da no se debe esperar nada a cambio, lo contrario sería chantaje. Lo mismo ocurre en las relaciones de pareja, pero ese es otro cantar.
La adulación, al ser otro exceso, contamina la amistad. No es malo cantar las virtudes del amigo pero adularle es confundirle, es engañarle, es hacerle creer que es lo que no es. No se le hace un favor al adulado, por el contrario se le daña. Podemos creer que le hacemos feliz y que nos querrá más por ensalzarle las cualidades pero lo que hacemos es ocultarle la realidad, flaco favor, al final. Esto y darle la razón en todo, equivalen al desastre. Es más fácil eso que llevarle la contraria y decir lo que piensas. Siempre es difícil decir que no porque supone un riesgo de pérdida y eso siempre es peligroso pero más peligroso es cultivar una amistad basada en la falsedad aunque sea por deseo de conservarla.
Por supuesto luego están todos los defectos de cada uno que aplicados a cualquier relación pueden terminar con ella si no con uno mismo, pero yo quería referirme a aquellos vicios o “pecadillos” que derivan de la propia amistad cuando no son consustanciales a ella.
Y después de este sermón, me dirás. ¿Te quedan amigos? Te diré que sí, que tengo varios, que cada uno peca de alguno de estos vicios que te acabo de nombrar, con alguna excepción digna de mantener en el sitio más querido de mi corazón, pero que yo me acuso de pecar de todos. Por eso los conozco tan bien.
Seguro que se me olvida hablar de algún que otro “defectillo”. Ponle tú el nombre. Ya sabes que, como dijeron los nominalistas, hasta que no das nombre a las cosas, no existen.
Luego me lo cuentas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario